Recibe el nombre de Tomate de árbol un arbusto perennifolio, de tallos semileñosos y corteza gris, de alrededor de tres  metros de alto, originario de la América andina, con cultivo expandido por distintas partes del planeta. Su denominación científica es Solanum betaceum y pertenece a la familia Solanaceae.

Sus grandes hojas verdes son ovaladas, de ápice acuminado, bordes enteros, nervaduras muy marcadas y hasta 30 centímetros de longitud, están sostenidas por largos y gruesos pecíolos; se disponen de manera alternada en las ramas. Posee pequeñas flores con cinco pétalos rosados de alrededor de un centímetro y medio de diámetro que se agrupan en inflorescencias terminales de tipo racimo.

Los frutos son bayas carnosas biloculares comestibles, de sabor agridulce, forma ovoidea, piel lisa y rojiza, que conservan el cáliz persistente; miden unos ocho centímetros de largo por cinco de ancho; en su interior la pulpa es jugosa y contiene muchas semillas. Se los puede consumir directamente de la planta una vez que están maduros o preparar con ellos mermeladas y conservas. Su ingesta proporciona a nuestro organismo varias vitaminas y minerales.

Se reproduce mediante semillas que germinan casi de inmediato; necesita suelos arenosos y con agregado de materia orgánica; le agradan el agua y la humedad por lo que precisa también buen drenaje. Le afectan las heladas y los vientos fuertes, la temperatura ideal para su cultivo oscila entre los nueve y los veinte grados centígrados. Al año se obtiene la primera cosecha y fructificará por cuatro años más. Conviene dejar entre planta y planta una separación de dos metros aproximadamente. Suelen afectarlo los nematodos, el oídium y la antracnosis.

Dentro de la medicina no tradicional se lo emplea en casos de anemia y para elevar las defensas frente a la gripe y los resfriados, consumiéndolo fresco y en ayunas; las hojas, luego de ser calentadas, se aplican externamente sobre la garganta cuando se presentan anginas.