Fertilidad de los suelos

fertilidad de los suelosSe reconoce como suelo fértil a todo aquel que tiene capacidad suficiente para nutrir a las plantas. De esto deducimos que es una relación tierra-vegetal y que varía con cada especie en particular, como ejemplo podemos citar un alfalfar viejo que ya no sirve para continuar con el cultivo de alfalfa pero sí puede resultar útil para sembrar maíz en él.

Hay, a veces, suelos que reúnen la mayoría de las características (físicas y químicas) necesarias para dar buenas cosechas pero les falta algo de tan vital importancia como es el agua, por ser el vehículo a través del cual las raíces pueden obtener la nutrición. Estos suelos se revitalizan entonces mediante el riego, que es el aporte artificial de agua a las tierras de cultivo.

Hasta ahora mencionamos sólo dos maneras para ayudar a la tierra en su tarea específica con respecto a las plantas, una es la rotación de los cultivos y la otra el riego frecuente; pero hay una tercera y ésta es el laboreo, que abarca a todas las tareas mecánicas necesarias para poner la tierra en condiciones óptimas antes de recibir la semilla.

Ellas son: La arada, que airea y deja poroso el suelo, destruyendo al mismo tiempo las malezas que son perjudiciales y que al regresar ya inertes a la tierra le devolverán los nutrientes que le habían quitado; el rastrilleo, que se ocupa de destruir los terrones de mayor tamaño impidiendo su compactación y deja la tierra mullida y lista para la siembra (estas dos tareas ayudan, al descompactar, a que se restablezca el fenómeno de capilaridad, mediante el cual el agua de las napas subterráneas asciende a la superficie); el aporcado, que es el cubrir con tierra las partes de la planta que pudieran haber quedado al descubierto; y el escardado cuyo objetivo es destruir hierbajos que son altamente nocivos.

La profundidad de las napas de agua es algo que también debe ser tenido en cuenta, pues ha sucedido (no pocas veces) que cientos de hectáreas han quedado inutilizadas por haber sido cultivadas arbitrariamente. Es regla general que la humedad de la tierra aumenta cuanto más superficial se encuentra la primera napa y viceversa. No por ello debe pensarse que esas capas son las más favorables, puesto que la evaporación también será mayor al verse más expuestas al calor; tampoco lo serán las demasiado profundas pues en época de carencia de lluvias las plantas se secarían; de esto concluimos que las napas intermedias son siempre las mejores. Y lo principal, algo que debemos tener como precepto y aprenderlo de memoria a fuerza de repetirlo una y otra vez (que no hay consejo ni libro en el que no se incluya) es que la ausencia de humedad en el suelo va en detrimento de su fertilidad y que el exceso de la misma termina arruinando las raíces.

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