El iris (Iris Reticulata) es una planta bulbosa que pertenece a la familia de las iridáceas cuyo origen es Oriente Medio. Su altura máxima es de unos veinte centímetros y se caracteriza por el color de sus flores que son azules o púrpura violáceo. Sus hojas herbáceas son estrechas y alargadas. Florece a principios o mediados de primavera y puede permanecer en el suelo tras la floración.

Es conveniente regar de forma moderada manteniendo húmedo el sustrato de la planta hasta la brotación y después se ha de regar regularmente hasta que el iris empiece a amarillear y se marchite, manteniendo una humedad ambiental media  o baja.

Le gustan las zonas soleadas o con semisombra, protegidas del viento aunque lo aguantan bien y con temperatura media. No tolera bien el frío invernal ni las heladas por lo que prefiere los climas templados.

Se puede plantar en tierra normal de jardín  (que se puede mezclar con arena) porque se adapta prácticamente a cualquier tipo de suelo que sea fresco y permanezca suelto y esponjoso. Si se quiere abonar es conveniente hacerlo dos veces a lo largo del crecimiento de la planta.

El iris se puede trasplantar al jardín con su cepellón después de la floración ya que el bulbo crece rápidamente y la maceta podría quedársele pequeña.

Su multiplicación suele hacerse a partir de bulbos jóvenes directamente en la tierra a partir del otoño. No suele funcionar bien su cultivo en recipientes.

Es importante decir que es una planta muy fuerte que no suele ser atacada por plagas o enfermedades ya que sus bulbos son muy resistentes.