La Celidonia, o Chelidonium majus, es una planta herbácea vivaz, originaria de la cuenca del Mar Mediterráneo, que pertenece a la familia Papaveraceae. No sobrepasa el metro de alto. Nace naturalmente en lugares frescos con mucha sombra. Sus flores pequeñas, de unos 2,5 centímetros, están formadas por dos sépalos verdes, cuatro pétalos amarillos ubicados formando una cruz, numerosos estambres, y un gineceo bicarpelar; se reúnen en inflorescencias de tipo umbela.

Del rizoma subterráneo nacen los tallos que son pubescentes, frágiles y reticulados. Las grandes hojas compuestas (miden unos veinte centímetros) son verdes en la parte superior y glaucas en la inferior, están formadas por entre tres y cinco lóbulos obtusos de bordes crenados irregulares. Se acostumbra recolectar la planta antes de la floración, en cambio la raíz durante el otoño que es cuando se concentran más sus principios activos. El fruto es alargado, de tipo silicua y dehiscente. El sesenta por ciento del peso de sus dos oscuras semillas corresponde al aceite que contienen.

Su savia, que es irritante y caústica (más aún que los ácidos salicílico y nítrico), al entrar en contacto con la piel provoca reacciones tóxicas por lo que hay que extremar los cuidados al manipularla, es indispensable el uso de guantes. Se la usa externamente para cauterizar las verrugas, aplicando el látex (de color amarillo-anaranjado) fresco que mana de la planta dos o tres veces por día.

No se recomienda su ingestión por vía interna pues es muy peligrosa (con dosis muy controladas se la ha empleado como espasmolítica, sedante y antibacteriana pues inhibe el avance de los estafilococos); entre sus principios activos encontramos alcaloides, ácidos málico y cítrico, flavonoides, carotenoides, resina y enzimas proteolíticas. Tampoco puede ser muy prolongado su uso pues es cancerígena.