La planta silvestre, espinosa y perenne, de consistencia herbácea, denominada científicamente Eryngium carlinae y conocida popularmente como Hierba del sapo, forma parte de la familia Apiaceae. Es originaria de América Central, donde se la encuentra desde el nivel del mar hasta los tres mil quinientos metros de altitud.

Su tallo subterráneo rara vez muestra ramificaciones aéreas y cuando lo hace éstas pueden ser erectas o bien inclinadas (decumbentes), por lo que la planta presenta mayormente un porte bajo que suele estar entre los diez y los treinta centímetros de altura. Las raíces, por el contrario, son muy extensas, habiéndoselas encontrado de hasta cinco metros de longitud.

Sus hojas basales aparecen en forma de densa roseta; los limbos miden unos diez centímetros de largo por dos de ancho, tienen el margen serrado y espinoso, algunas veces profundamente partido. Las hojas superiores son similares en aspecto pero se ubican de manera opuesta y su cara superior es más clara que la inferior.

Las pequeñas flores azules hermafroditas (con una sola bractéola, o involucelo, en su base) se reúnen en inflorescencias ovoideas terminales sostenidas por gruesos pedúnculos; las protege un involucro de entre ocho y doce brácteas con el ápice agudo y forma de lanceolada a linear. Poseen un ovario inferior, cinco pétalos y cinco estambres cada una. El fruto es un aquenio bicarpelar indehiscente, algo aplanado lateralmente, que al madurar se separa, quedando cada parte con una semilla en su interior.

A pesar de ser una planta de aspecto atrayente no se la cultiva por su carácter de invasiva. Se emplean las hojas y las inflorescencias secas en la confección de adornos florales. Tanto sus hojas como su raíz son comestibles; dentro de la medicina no tradicional, hervidas y administradas por vía oral, se les confieren propiedades diuréticas y depurativas de la sangre, aplicadas en uso externo (mediante fomentos) se dice que son cicatrizantes y antiinflamatorias.