Las Anguloas, integrantes de la familia Orchidaceae, son llamadas también “Orquídeas tulipán” por la similitud de sus flores con las de aquellos otros bellos representantes del reino vegetal. El mayor atractivo para quienes las cultivan radica en la larga duración de las flores.

Poseen pseudobulbos grandes y carnosos de los que nacen de dos a cuatro hojas lanceoladas y caducas que se desprenden al comenzar un nuevo ciclo vegetativo. Las flores tienen apariencia cerúlea y pueden presentar uno o dos colores, comúnmente cada pseudobulbo produce de seis a doce de ellas; todas son aromáticas, dan un perfume similar al de la canela, en particular la Anguloa uniflora.

Muchos dicen que se las debe cuidar siguiendo las mismas indicaciones que para las Lycaste (género de orquídeas epífitas) y otros afirman que se deben reproducir al menos las mínimas condiciones de su hábitat natural en las montañas de Los Andes (Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú) para que estén bien, pero lo cierto es que las Anguloas son muy resistentes y sólo un muy mal trato podría destruirlas, además su floración es profusa por naturaleza.

La verdad es que no hay secretos para ninguna de la decena de especies comprendidas en el género que se vienen contabilizando desde el siglo XVIII en los manuales de horticultura; puede ser que sometiéndolas a luz artificial o a corrientes de aire frío se obtengan buenos ejemplares pero esos métodos no son viables para nuestros modestos jardines.

Algunas de las especies se han cultivado con éxito tanto en macetas de terracota como de plástico y utilizando distintas mezclas para su soporte, como corteza, carbón, perlita, viruta de madera roja y turba; regándolas cada cuatro o cinco días (cada tres durante el verano) aunque usando sólo agua de lluvia para hacerlo; fertilizándolas regularmente y controlando la temperatura ambiente. Otros cultivadores hacen más hincapié en la humedad atmosférica dentro de los invernaderos y otros las cambian de maceta cada primavera.