La Viola persicifolia

Viola persicifolia

La Viola persicifolia, originaria del centro y norte de Europa, pertenece a la familia Violaceae. Su hábitat natural lo conforman  las zonas húmedas, tales como pantanos y marismas, con subsuelo de composición calcárea. Es una planta muy frágil que se encuentra cada vez menos en estado silvestre, debido a la modificación de su entorno por efecto del arado y la desecación de terrenos bajos inundables.

A mediados del siglo XIX se la comenzó a proteger en muchos países por considerarla especie en peligro de extinción y fue reintroducida en varios ecosistemas, buscando también el bienestar de algunos insectos que interactuaban con ella, como las mariposas y los saltamontes. Para mejorar su afianzamiento se cuida que el nivel de agua sea constante y se evitan el corte indiscriminado y el pastoreo agresivo.

Mide entre diez y treinta centímetros de altura, posee un tallo subterráneo o rizoma del que surgen hojas alargadas de forma triangular, con bordes irregulares y espaciadamente serrados, sostenidas por largos y robustos pecíolos. Sus flores surgen hacia finales de la primavera o principios del verano, miden casi dos centímetros de diámetro y son de color celeste pálido o blanco-amarillentas, con una corta estípula verdosa en la base; poseen cinco pétalos redondeados. El fruto es una cápsula que contiene alrededor de una docena y media de semillas.

Las semillas pueden permanecer en la tierra, en estado de vida latente, durante muchos años y sólo germinan cuando las condiciones ambientales son las adecuadas; pero se está estudiando también su reproducción vegetativa dado que las raíces se extienden mucho a lo largo (como ocurre con otras rizomatosas) y puede ser que esa sea la explicación del por qué se hallan ejemplares en sitios impredecibles.

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