La Yerba santa

Conocemos popularmente como “Yerba santa” a un arbusto erecto, muy ramificado, que responde al nombre científico de Eriodictyon crassifolium y pertenece a la familia Boraginaceae. Es originario de la costa sudoeste de América del Norte, donde lo encontramos creciendo desde el nivel del mar hasta los dos mil metros de altitud. Los nativos preparaban una infusión con sus hojas o las mascaban pues aseguraban que era bueno para mantener abiertas las vías respiratorias superiores; aunque su sabor es bastante amargo y el olor desagradable.

Mide entre uno y tres metros de alto. La corteza de su tallo leñoso es gris y agrietada mientras que  las ramillas nuevas son rojizas y están cubiertas de pelos. Posee hojas crasas simples, ovales y grandes (quince centímetros de longitud por unos seis de ancho), de color verde grisáceo, consistencia carnosa y disposición alterna, con los bordes dentados o crenados, la cara superior glabra y la inferior tomentosa.

En la primavera aparecen sus pequeñas flores blancas, lavanda o de un tono púrpura reunidas en inflorescencias terminales de tipo racimo. La corola, formada por cinco pétalos parcialmente fusionados es acampanada y pubescente por fuera, al igual que el cáliz y los filamentos de los estambres; el ovario cuenta con dos cámaras y dos estilos, también recubiertos de una fina vellosidad. Son de gran atractivo para las abejas y las mariposas.

Los frutos miden menos de cinco milímetros y las semillas que contienen, una docena aproximadamente, son oscuras y estriadas. Se lo multiplica mediante ellas. Necesita suelos arenosos o pedregosos, con buen drenaje; ubicaciones a pleno sol y escaso riego, aunque conviene incrementarlo un poco en época de floración. Al menos cuatro clases de polillas depositan sus huevos en este arbusto.

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