El Rábano picante, que responde al nombre científico de Cochlearia armoracia, forma parte de la familia Cruciferae (Brassicaceae según otro sistema clasificatorio), lo cual lo hace pariente directo de los nabos, las coles y también de la mostaza. Mide entre sesenta y noventa centímetros de alto.
Se lo cultiva por su raiz blancuzca de similar forma y aspecto que las zanahorias, tuberosa, cilíndrica y de consistencia carnosa, que es muy apreciada culinariamente. Su ingesta aporta a nuestra dieta proteínas, carbohidratos, fibras y varios minerales; además es una fuente importante de vitamina C (alrededor de 300 miligramos de ácido ascórbico por cada cien gramos de rábano).
Sus grandes hojas, de color verde intenso y brillante, tienen los bordes crenados o festoneados. Dos son las variedades que hay actualmente en cultivo: La “Común”, de hojas anchas y raíz de excelente calidad y la “Bohemia”, de hojas angostas y raices de menor calidad pero más resistente a todo tipo de plagas. Sus hermosas flores blancas aparecen reunidas en racimos corimbiformes. Los frutos son silículas elipsoidales y las semillas carecen de endosperma.
De su tubérculo subterráneo se extrae, mediante destilación, un aceite volátil de sabor agrio y picante; rallado y mezclado con sal y vinagre se convierte en un aderezo especial para saborizar carnes tanto hervidas como asadas, añadido a la salsa de tomate se emplea para acompañar ostras y camarones. La llamada “Crema de rábano” sirve para acompañar todo tipo de platos y se prepara agregándole al rábano fresco recién molido, aceite vegetal, yema de huevo y leche.
Dentro de la medicina no tradicional se le confieren propiedades diuréticas y digestivas; en uso externo se dice que disminuye la inflamación y molestias ocasionadas por la picadura de insectos.