El Ciprés, o Cupressus sempervirens, es una conífera perennifolia que crece entre  veinte y treinta metros de alto con un diámetro troncal de alrededor de medio metro, pertenece a la familia Cupressaceae. Se han hallado individuos de más de trescientos años. Su origen parece hallarse en el Mediterráneo oriental. La forma de su copa es cónica, alargada y esbelta, culminando en un ápice bien remarcado. Su madera de fina textura es muy preciada y por ello es que se los taló indiscriminadamente en el pasado, hoy en día se los cultiva y se los usa también como ornamento en parques y jardines (varios alineados sirven como barrera protectora contra los vientos).

Posee una corteza fina y levemente estriada, de color marrón oscuro. Prefiere suelos calizos, secos y pedregosos y exposición a la luz desde sol pleno a media sombra, el riego debe ser moderado. Por pertenecer a zonas de cálidas a templadas es muy sensible a las heladas. Dentro de la medicina no tradicional se le atribuyen propiedades vulnerarias, vasoconstrictoras, anti infecciosas y tranquilizantes.

Sus hojas verdes son escamiformes, miden poco más de un milímetro por uno, se reúnen imbricadas formando acículas que se ubican de manera opuesta en las ramas, no emiten perfume alguno. Otras especies, como el Cupressus macrocarpa, que se diferencia por tener la copa redondeada, posee hojas que al ser frotadas despiden aroma a limón y las del Cupressus glabra aroma a pomelo.

Florece hacia finales del invierno; en la misma planta encontramos ambos sexos, los conos masculinos miden hasta un centímetro de largo, son terminales, solitarios y de color amarillento; los conos femeninos son axilares, verdes al principio, redondeados y pueden llegar a los cuatro centímetros de diámetro, los forman entre cuatro y siete pares de placas que tienen los bordes recurvados y un escudete central poco desarrollado, al madurar se colorean de marrón. Las semillas, que son pequeñas e irregulares, cuentan con un ala muy rudimentaria.