El sol, el aire y el agua

el sol, el aire y el aguaLos rayos solares inciden en la temperatura terrestre, el que lleguen en forma vertical o con menor o mayor oblicuidad es lo que determina la diversidad de climas; y a cada clima le corresponde una vegetación distinta por naturaleza, a pesar de que se han logrado con el correr del tiempo adaptaciones de especies que en otras épocas no hubieran podido ni siquiera pensarse.

El aire en su rol de elemento constituyente del humus actúa como principal factor de porosidad y es el que permite la absorción de oxígeno, hidrógeno y otras muchas materias orgánicas e inorgánicas; y en su rol de elemento constituyente de la atmósfera es el agente transmisor a distancia del polen y diversas semillas, que gracias a él llegan a zonas muy alejadas.

Los tres elementos mencionados son parte importante en el desarrollo de nuestras plantas aunque el que más se destaca es el agua. Ella  hace que los minerales como el calcio, el magnesio, el hierro, etc., se conviertan en sales solubles o carbonatos. El agua, al evaporarse a través de las hojas de las plantas hace que descienda la temperatura en ellas y se mantengan frescas, si les falta las hojas comienzan a secarse y mueren, por ello es que hay que regarlas de manera periódica para devolverles el agua que pierden por evaporación. El agua es absorbida por las raíces siendo necesaria para su crecimiento y desarrollo tanto por su propia composición química de hidrógeno y oxígeno como por las sales solubles que transporta. En la mayoría de los vegetales el agua forma parte del 70% de su constitución, ya ese dato nos proporciona una idea de cuánto es necesario el líquido elemento para su supervivencia.

Pero no sólo los elementos naturales ayudan a la tierra a ser fértil y productiva si no que la mano del hombre también realiza importantes tareas, la principal es la de laboreo. Cuando se remueve la tierra se producen en ella efectos mecánicos y físicos. Los primeros sirven para aflojar y ahuecar, aumentando la porosidad por el incremento del aire contenido, facilitando al mismo tiempo la penetración del agua; además las semillas en un suelo bien trabajado no tienen que esforzarse para lanzar sus brotes ni extender sus raíces. Entre los efectos químicos benéficos de la labranza tenemos una mejor oxigenación de las capas inferiores al ser removidas hacia la superficie; un aumento considerable de la cantidad de Nitrógeno porque los agentes bacteriológicos fijadores del mismo se desarrollan mejor en un suelo aireado y, por último (y no por ello menos importante) un suelo bien labrado transforma en humus a mayor velocidad los residuos orgánicos ya sean éstos vegetales o animales.

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