La orquídea cuyo nombre científico es Pleione formosana, y a la que popularmente se denomina Pleione, está muy difundida últimamente dado su pequeño tamaño, su facilidad de cultivo y su belleza. Florecen en la primavera y quedan muy bien en jardines o balcones donde no les dé sol directo, prefieren una media sombra. Su origen se remonta a la legendaria China y a la zona montañosa de Nepal.

El género que las abarca cuenta con unas veinte especies que pueden ser tanto de hábitos epífitos como terrestres. Si compramos bulbos para plantarlos puede ser en tierra en las zonas en las que no hay heladas o en tiestos o macetas para tenerlos al reparo hasta que la época de más frío pase, para luego llevarlos fuera. En la estación de más calor hay que protegerlas también y proporcionarles lugares frescos y bien ventilados.

Recién cuando las flores se marchitan aparecen las hojas envainadoras, una por tallo o vara floral que haya dado. En invierno la planta entra en reposo, por lo que el bulbo puede ser extraído de la tierra y guardado hasta el año siguiente a temperaturas de entre 2 y 10ºC. Si los dejamos en el jardín hay que recordar que pueden resistir ligeras heladas siempre y cuando el suelo esté completamente seco, de otra manera se helarían.

Como especie cultivada no requiere de mucho riego, sólo basta que el sustrato esté ligeramente húmedo (y seco todo el invierno), aunque en su hábitat natural es común que llueva casi a diario. Mientras crecen precisan de abono (especial para plantas verdes), pero sólo se les aplica en la etapa en la que dan las hojas y en una dosis menor a la que se recomienda en el envase.

En los comercios se ofrecen sustratos ya preparados para albergar orquídeas, están formados por cortezas finas desmenuzadas y turba, pero conviene a ello añadirle algo de humus de hojas o bien de compost; en las macetas colocar en el fondo gravilla para que el drenaje sea el adecuado, puesto que una vez que las raíces se dañan no vuelven a reponerse.