Los hibiscos (Hibiscus), también llamados rosas chinas, comprenden unas doscientas especies. Las hojas son dentadas de color verde oscuro y las flores tienen cinco pétalos grandes que abarcan multitud de colores. Hay especies de hoja perenne y también de hoja caduca. El hibisco florece continuamente desde verano hasta comienzos del invierno, sin embargo su flor es muy poco duradera.
El hibisco es de origen tropical por lo que en algunos países se considera una planta de interior. Pero hay especies que se adaptan muy bien al cultivo en el jardín como la especie llamada Rosa de Siria (Hibiscus Syriacus) aunque la más conocida es la Rosa Sinensis (Hibiscus Rosa-Sinensis). En el exterior pueden alcanzar incluso los tres metros de altura. En el interior se pueden situar en una lugar soleado y sin demasiada calefacción.
En invierno necesitan descanso con menos riegos y temperaturas algo más bajas. Pero para poder desarrollarse y florecer abundantemente necesita calor en primavera y verano. En esta época necesitarán sol y temperaturas cálidas. No es conveniente situarlas en lugares con sombra y corrientes de aire o expuestas al viento.
Se conforman con un suelo pobre y no demasiado húmedo con un buen drenaje. Los encharcamientos pueden provocar la muerte de la planta.
Se multiplican mediante esquejes en primavera a los que es conveniente aplicar hormonas de enraizamiento y pulverizar mientras se desarrollen. Se pueden trasplantar en primavera o en otoño.
Las flores del hibisco salen en la madera del mismo año así que hay que podar los tallos viejos para conseguir muchas flores. Algunas especies (Sinensis) se pueden podar hasta la mitad de su altura pero no todas soportan una poda tan drástica.
Las plagas que suelen atacar al hibisco son el pulgón, el hongo negrilla o la cochinilla. Si se caen las flores o amarillea seguramente es porque no le gusta que lo muevan o necesita un buen abono respectivamente.