La delicada orquídea epífita y perenne, monocotiledónea y de consistencia herbácea, denominada científicamente Aerangis brachycarpa (o Angraecum rohlfsianum) pertenece a la familia Orchidaceae; es originaria del oeste del continente africano donde crece bajo la sombra de la tupida foresta, pero necesita de todos modos más de dieciséis grados de temperatura para prosperar. Es perenne, muchos dicen que esta especie vive el mismo tiempo que el árbol que la alberga.
Precisa de abundante humedad ambiente. Florece en el otoño. Sus bellas flores pediceladas, de un tono blanco-crema, a veces con toques de verde o rosa en el labelo, se reúnen (de dos a doce de ellas) en racimos axilares péndulos de hasta casi medio metro de largo. Cada flor, de aspecto cerúleo, ronda los cinco centímetros de diámetro. Al abrir son verdosas y recién a los dos días se tornan blancas, por la noche despiden un suave aroma entre jazmín y vainilla.
Presentan un espolón lleno de néctar más largo que ellas mismas y un labelo pequeño y cóncavo con forma de urna. El néctar lo emplean como recompensa para los polinizadores pues como el polen se encuentra agrupado en masas compactas, conocidas como polinias, no se traslada por sí solo o ayudado por las corrientes de aire, si no que hace falta un vector que efectúe la tarea. Los frutos son cápsulas loculicidas oblongas que contienen numerosas semillas diminutas que generalmente dispersa el viento.
Posee un bello aspecto aún cuando no se encuentre en floración, dado que sus claras raíces aéreas son gruesas y de agradable apariencia; su tallo colgante de consistencia leñosa cuenta con entre cuatro y doce hojas verdes, con la superficie finamente reticulada, el margen entero, el ápice desigualmente bilobado y con frecuencia moteadas con puntos oscuros. En la base se hallan engrosadas formando un pseudobulbo que le sirve a la orquídea para almacenar agua y sustancias con las que nutrirse.